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Existía la nada, luego nada existía. Y cuando digo nada, es nada. No nada de nadar o de Nadal, sino de nada. Una nada inerte, sin vida y sin muerte, vacía. Una nada donde todo era blanco y cuando digo todo, no es todo sino nada.

Sin embargo un buen día, a la hora del té, llegó el negro y lo creó todo. Porque cuando el negro modifica el blanco deja de existir la nada y comienza a existir el todo. Del negro salieron para esbozarse en el blanco infinidad de cosas, todas inolvidables e ingeniosas. Trabajó, para ser exactos, durante una tarde y una noche y cuando terminó, justo antes de irse a dormir, tocó la verde trompeta que anunciaba el final de la nada y la creación del todo.

Desde entonces, cuando mi vida está blanca y vacía, la dibujo con el negro porque no hay mejor remedio que vivir y morir en compañía.

Luisca.