El hombre pájaro poseía uno de los poderes más deseado por el resto de los mortales: poder volar. Desde pequeño había sido muy distinto al resto, lo que había desarrollado en él una gran capacidad para convivir con la soledad. En el vacío, se sentía más lleno que cualquiera. Arriba estaban él y la nada, sin nadie más, ni siquiera el dios al que los de abajo tanto adoraban. Era el ser frente a ser. Era el camino infinito a través de una hoja en blanco. Volaba día y noche sin descanso movido por el voraz aprendizaje que le daba la experiencia. Su escuela era el viaje y sus alas su equipaje, cada pluma un país, cada país una cultura. Ciudades enormes repletas de cerebros que laten. Vivencias y vidas que viven desde lo más profundo hasta la planicie más vacía. Almas que se unen y se separan de vez en cuando, que se quieren y se odian de tanto en tanto. El conocimiento a través del viaje y el viaje como medio de vida, una vida con un único camino: el recto a través del torcido. Una vida. Sólo una vida. La que quiero, la que imagino, con la que sueño, la que comparto contigo.

luis©a



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